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¿Por qué aumentar la distancia?

En una tarde cálida, mientras las palomas se arremolinaban para comer las sobras de mi sándwich, una chica se sentó al otro extremo, escribiendo furiosamente en su celular.

Las respuestas llegaban casi de inmediato y cada una parecía enojarla más.

Cuando leyó el último mensaje se puso roja, se mordió el labio y me pareció que iba a lanzar el teléfono al agua.

“¿Todo bien?”, le pregunté.

Me miró como diciendo “viejo rabo verde” y regresó al teléfono, que había comenzado a vibrar de nuevo.

“Ok, olvídalo” dije y arrojé las últimas dos orillas del pan a las palomas. Al menos ya sabía que ellas siempre me prestaban atención, especialmente cuando tenía pan en las manos.

Un par de mensajes después puso a un lado el teléfono, suspiró y volteó a verme.

“Disculpa, es que estuve peleando con mi novio”, me dijo mirando al suelo.

“Debe haber sido algo grave… Parece que el teléfono también está alterado”, le dije mirando el teléfono que, con cada vibración, parecía caminar en círculos.

Sonrió levemente y comenzó a contarme acerca de su relación.

Lo había conocido por la red (quién no en estos tiempos…) y llevaban dos años “viéndose”. Habían platicado por teléfono, hecho reuniones virtuales y, en cuatro ocasiones es que hubo oportunidad se habían visto en persona.

“Me dice que me ama y yo también lo amo pero que debemos llevar las cosas con cuidado, que nuestra relación debe evolucionar. ¿Qué diablos es eso?”, terminó diciendo, frustrada.

“Pero tal vez tiene razón, ¿sabes? A veces llevo las cosas demasiado lejos. Tal vez debo darle espacio y esperar que todo siga su camino, ¿no?”

“¿Alguna vez estuviste así?”, me preguntó.

De hecho, lo viví dos veces y la primera sin correo electrónico. Nos comunicábamos por carta y por teléfono de vez en cuando.

Es increíble cómo unas cuantas letras en una hoja pueden cambiar las cosas, hacerte sentir que alguien está contigo y que la distancia no importa.

La segunda vez, ya con Internet a la mano, seguía sintiendo lo mismo, solo que más rápido.

“¿Entonces tú crees que sea normal?”

La verdad no. En ambas ocasiones me la pasaba pensando en cómo verla.

Le conté cómo me escapé de clases y del trabajo, me gasté todo lo que tenía y hasta lo que no tenía, manejé durante horas o me subí en camiones abarrotados con tal de estar con ella.

Un par de horas viendo sus ojos eran mucho más valiosas para mí que mil cartas.

Si alguien realmente quiere a una persona, hará lo imposible por verla.

“Y más a una chica tan linda como tú”, terminé diciéndole.

El teléfono seguía vibrando. Me miró con una sonrisa y metió el teléfono en su bolsa.

“¿No le vas a contestar?”

“No. Si quiere algo conmigo, que me lo diga en persona”

A pesar de que ya no les había dado nada, las palomas seguían cerca, esperando que fuera más generoso.

“¿En serio escribías cartas?”, me preguntó.

“Eran otros tiempos… pero sí, tardaban una semana en llegar y a veces más…”

Se rió de cómo fueron mis tiempos y cómo habían cambiado las cosas. ¿Quién iba a decir que un día estaría dando clases de historia antigua en un parque?

“Gracias, me gustó hablar contigo”, me dijo mientras se levantaba y se alejó.

“Vaya que han cambiado las cosas”, pensé.

¿A dónde se habían ido las ganas de estar con alguien?

Aunque la tecnología cada día es mejor, no puede compararse con la magia de ver sus ojos, tomar su mano y sentir su boca.

Las palabras solo pueden servir hasta cierto punto.

Parece que estos días las distancias se han acortado, pero no lo suficiente. Si no puedo tomar su mano, está muy lejos.

Es hora de buscar la manera de estar más cerca.