Sigo Mirando Las Estrellas

Sigo Mirando Las Estrellas

Cuando era niña, me gustaban las noches sin luna. Acostada en el pasto del jardín, mirando el cielo, las estrellas parecían brillar tanto que sentía que podía tocarlas.

Me gustaba mirar el cielo nocturno. Los sonidos de la ciudad se perdían por completo y se podía escuchar el silencio.

A esa edad todas soñábamos con nuestro príncipe azul. Algunas ya tenían un rostro a quién adorar, aunque fuera un deportista o cantante. ¿Quién podía decir? Tal vez se les hiciera.

En mi caso, el amor de mi vida no tenía nombre ni rostro, pero sí tenía personalidad. A veces era un aventurero que me llevaría con él a todos lados, mientras hacíamos locuras como en las películas.

Otras era un poeta que vivía en la biblioteca y solo salía por las noches a mirar las estrellas conmigo, mientras me leía sus últimas ocurrencias.

Mi amor cambiaba según lo que me pasara. Cuando estaba triste era un hombre amoroso y tierno, que me consolaba y me hacía sentir mejor, pero cuando estaba feliz era un chico vivaz que me abrazaba y me daba vueltas mientras reía conmigo.

Hasta que un día llegó. Parecía tener todo y un poco más. Era a la vez un tipo rudo y molesto, pero también tierno y adorable.

No era de los que escriben poemas pero a veces salía conmigo al jardín para ver las estrellas. Sabía mucho de estrellas y mitología y hacía que el cielo tuviera más magia de la que recordaba.

Aunque éramos muy diferentes, parecía que no podía tener una mejor pareja.

A pesar de sus defectos, que tenía varios, lo adoraba. La facilidad con la que me hacía reír, la total fe que tenía en mí cuando se me ocurrían cosas, la forma en que me hacía sentir cuando estábamos juntos y cómo se olvidaba de mis propias fallas lo hacían el hombre perfecto.

A veces me preguntaba si alguna vez podría ser más feliz… Me sentía tan llena de amor como la noche de estrellas.

Hasta que las cosas comenzaron a cambiar.

No es que fuera de golpe, pero se empezó a alejar. Me decía que todo estaba bien, pero la verdad es que ni él se lo creía.

Hubo una separación que me hizo sentir cómo sería mi vida si ya no estaba. A pesar de que traté, la verdad es que solo quería regresar y arreglar lo que sabía que podíamos arreglar. Lo seguimos intentando pero cada día pasaba menos tiempo con él.

Cuanto una relación se está desmoronando, ¿cómo mantenerla?

Traté de muchas maneras pero no pasaba nada. Con el tiempo pasaba más tiempo viendo las estrellas, pero ya no me decían nada. Las historias que me había contado ya no tenían magia; tenían el amargo sabor de la despedida.

Un día ya no pude más. A pesar de lo que había sido y de lo que podía ser, perdí mis esperanzas. Con todo el valor que pude juntar, le dije que me iba.

Su cara tenía algo de mi dolor, pero no mostró ninguna sorpresa. ¿Por qué no lo había decidido antes? ¿Por qué tenía que esperar a que fuera yo?

La verdad es que no tenía caso preguntármelo. Solo me quedaba irme y volver a empezar.

Pero, ¿cómo puedo volver a empezar? ¿Cómo dejar esas pláticas durante la cena, esas mañanas con sus brazos alrededor de mí y esas noches mirando el cielo?

Como una niña que comienza a caminar, salí temblorosa de la casa, sin mirar atrás.

Durante un tiempo no pude evitar la depresión. Tantas cosas juntas no se pueden digerir tan fácilmente. Me sentí  abandonada, traicionada, usada, engañada y muchas cosas más, a veces de una en una, a veces todas juntas.

Ya no quise salir al jardín. La noche se había convertido en un lugar oscuro y opresivo. La televisión y el helado me hacían la compañía que tanto me faltaba, aunque no pudieran mitigar mi soledad.

Hasta en el trabajo parecía tener todo en contra. Los pendientes se acumulaban y, a pesar de mi mejor esfuerzo y buenos resultados, nadie parecía notarlo.

Para colmo, de regreso a la casa caí en un agujero y una llanta del coche se deshizo. No quise ni siquiera intentar cambiarla. Llamé a la grúa para que me llevaran a un taller.

Mientras esperaba los 40 minutos que me dijeron, miré al cielo. Ahí, frente a mí, estaba la osa mayor,  con sus estrellas resaltando en el cielo nocturno.

Recordé cómo mi padre decía que parecía cualquier cosa, menos una osa. Sonreí al recordar su cara de aburrimiento cuando me acompañaba, pero no cejaba en su determinación de pasar tiempo conmigo.

No me di cuenta cuando empecé a llorar. Entre risas, lágrimas y sollozos volví a recordar las historias que me contaron mis padres, abuelos y los libros.

Héroes, villanos y observadores, todos en un solo lugar, viendo nuestras vidas pasar.

Cuando llegué a mi casa, salí al jardín y me acosté a ver el cielo. El cielo se veía enorme y lleno de sorpresas, como cuando era niña.

Ahí estaban mis héroes, mis villanos, mis amigos y mis amores.

Volví a sonreír. A pesar de todo, saldría adelante.

Esta noche dormiría tranquila. Las estrellas guiarían mi sueño para salir del túnel.

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