Mientras tú me quieras

Mientras tú me quieras…

La cena era un desastre.

Su novio le había asegurado que su madre era una gran mujer y que la trataría muy bien.

Como muchas que iban a conocer a la familia de su novio por primera vez, estaba bastante nerviosa. Por lo que había pasado ya, tenía razón para estarlo.

Ensayó muchos saludos, sonrisas y hasta caravanas, pero en todas sentía que  estaba muy fingida, muy grosera o muy indiferente.

¿Por qué no podía ser como sus otras amigas? Muchas ya habían conocido a “la familia” y no habían tenido problemas.

En cambio ella parecía haber ensayado para que todo saliera mal.

En cuanto llegaron a la casa su tacón se atoró entre los adoquines de la entrada y casi cayó entre los arbustos.

Lo bueno es que se pudo apoyar en una maceta de barro. Lo malo fue que se cayó y se rompió. Lo peor fue que, en ese momento, la madre de su novio abrió la puerta.

“Perdón Señora, es que…” empezó a balbucear pero la detuvo secamente.

“No importa”, le dijo con una mirada glacial, “solo era una maceta”.

Ya dentro de la casa se dio cuenta de que el vestido todavía tenía la etiqueta puesta (en rebaja), que no traía aretes y que vestía bastante atrevida para una familia que parecía tan conservadora.

También se confundió con los nombres de los demás invitados, descubrió que le iba al equipo contrario al de todos y derramó una copa en la mesa.

Abrumada, se excusó para ir al baño y rompió una de sus medias en la puerta, antes de cerrarla.

“¿Qué más puede pasar?” se preguntó, sentada en el inodoro.

Se quitó las medias y se fijó si el daño podía esconderse. Para nada.

Podía decir que se sentía mal, quedarse encerrada ahí o escapar con la ventana. Con lo que ya había pasado, cualquiera de las tres se veía aceptable.

Decidió salir y hacer una seña a su novio para que la llevara a casa.

La sorprendió cuando alguien tocó a la puerta.

«¿Estás bien?», preguntó su novio.

Se levantó y abrió la puerta.

“Pensé que te habías quedado atorada”, le dijo con una sonrisa.

“No es gracioso… me quiero ir. Todo está saliendo mal”

“No es tan malo”

“¿Me vas a decir que no me odian?”

“Jaja, la verdad es que sí. Mi mamá dice que te quedes sentada para que no rompas nada más, mi tía dice que te vistes como una perdida y mi papá dice que eres enemiga, así que no me convienes.”

Sintió que la sangre se le iba a los pies.

“¿Y así quieres que regrese? Me siento mal, llévame a mi casa”

La abrazó y se acercó hasta que sus narices se encontraron.

“Te amo. Quiero casarme contigo. Eso es lo único que importa”.

“No, no es lo único. Cuando te casas también lo haces con la familia y la tuya me odia”.

“Eso no importa”

“Te importará. No quiero estar entre tú y tu familia. Estoy pensando en ti”

“Yo no”, contestó él.

Lo miró extrañada. ¿Qué no había dicho que la amaba? ¿No pensaba en ella?

“Desde hace tiempo no pienso en ti. O en mí. Solo pienso en nosotros. Mi familia aprenderá a quererte o tendrá que soportarte. No puedes esperar que todo el mundo te quiera. ¿O sí?”

Otra vez con sus juegos de lógica. Ojala todo fuera tan simple.

“Además, tu padre me odia y tu hermano me trae ganas desde hace tiempo”

También tenía razón. Su padre no lo soportaba, como todos los padres desprecian a los novios de sus hijas y su hermano con gusto le regresaría el par de golpes que le dio cuando se pasó de listo con él.

Pero, al ver sus ojos mirándola, supo que podría pasar por cualquier cosa con tal de perderse en esos ojos.

Una sonrisa empezó a formarse en su cara. Realmente estaba exagerando.

Seguramente ya habrían problemas más graves. Ahora solo era una cena.

“Tienes razón”, concedió, “vamos a cenar. No creo que me pueda ser peor”.

Siempre puede ser peor”, contestó él, “pero contigo es divertido. Mientras me quieras, podemos llevar cualquier cosa”.

Caminaron de la mano hacia la cocina. No se dio cuenta de que había dejado las medias tiradas en el piso del baño.

¿Qué importaba? A fin de cuentas, él la quería y eso era todo lo que importaba.

Siempre se podían ir a vivir a Alaska…

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