Cada quien a su casa

Buenas noches… Pero cada quien por su lado

Hace algún tiempo, durante un viaje y algunas copas de más, un amigo me abrió su corazón.

Tal vez el vino sea mal consejero, pero a veces quita esa necesidad que tenemos los hombres de tener guardada nuestra sensibilidad.

Me confesó que tenía varios meses en una relación con una chica de la oficina (ambos eran solteros).

Las cosas iban muy bien, hablaban durante horas, su conexión parecía mandada a hacer y el sexo era increíble.

A pesar de que todo iba bien, ella nunca se quedaba a dormir.

Solo faltaba una cosa: ella nunca se quedaba a dormir. Entre semana, fines de semana, lo que fuera.

Una vez que pasaba de cierta hora, ella se levantaba, le daba un beso de buenas noches, y se iba a su casa.

Para él, era un momento amargo. ¿Qué tenía, me preguntó, para que ella no quisiera estar con él?

Habían tenido algunas escapadas en hoteles, donde a ella parecía disfrutar del quedarse con él, platicar o simplemente haraganear viendo la televisión.

Esos momentos eran, para él, mágicos.

Solo imaginar el poder seguir con ella, sin pensar en la hora o en el viaje de regreso, abrazarla hasta que se durmiera y poder despertar viendo cómo rivalizaba la belleza de su cara con la salida del sol…

¿Qué no era eso realmente amor?

“No sé qué es lo que pasa…”, terminó diciéndome, frustrado. Yo tenía una idea bastante buena al respecto. Creo que todos en la oficina.

Por cierto, dije “todos en la oficina” porque los famosos romances “secretos” entre compañeros de trabajo son secretos solo en su imaginación: todo mundo lo sabe mientras los conspiradores se ríen juntos, seguros de que son muy listos y discretos.

Tenlo en cuenta cuando quieras tirar una canita al aire.

¿Por qué podía quedarse con él en un hotel pero no en su casa?

¿Cuál era el problema? ¿Qué no sería mejor para todos?

Eso pensaba él, pero ella era una chica lista. No sé que sentía por el tipo, pero aparentemente veía claramente lo que él no parecía notar.

Mi amigo tenía en su escritorio tenía un par de plumas. Todos los días, a todas horas, las plumas estaban a la misma distancia una de otra, paralelas a la línea del escritorio.

Siempre me pregunté si utilizaba la regla que tenía en un cajón para acomodarlas exactamente, ya que el escritorio no tenía ninguna marca (sí, me fijé).

En su casa había que quitarse los zapatos para entrar y siempre tenía un olor a aromatizante con un leve toque de desinfectante

Los muebles estaban tan inmaculados que daba miedo sentarse en ellos.

Las reuniones en su casa parecían visitas al hospital, así que siempre tratábamos de tenerlas en otro lado.

En el baño de visitas tenía unos jaboncitos diminutos que se te perdían en las manos y no sabía por qué no compraba de los normales, hasta que un día me di cuenta de que tiraba los jabones usados cuando todos se iban.

A veces era difícil acoplarse a sus reglas

¿Mencioné que él nunca hizo el intento de quedarse en casa de ella?

Aunque nunca fui a casa de ella, algunas amigas mencionaban que  era normal, esto es, no acomodaba sus calcetines por color ni se la pasaba alineando sus camisetas con el filo del cajón.

No cabía duda: si algún día se quedaba a dormir, seguramente  la cosa terminaría mal.

Era fácil ver porque ella no quería quedarse con él en su casa.

Seguramente ella sabía que si se quedaba, la cosa terminaría mal.

Con la confianza que me daba la relación con él, le dije lo que pensaba.

Como en otras ocasiones, me contestó enojado que no tenía la culpa de que todos nosotros fuéramos «unos cochinos y desorganizados».

“Ahí tienes tu respuesta”, le dije.

No voy a poner lo que estoy seguro que me dijo con la mirada, pero supongo que sabes a qué me refiero.

Todos necesitamos nuestro espacio pero, cuando te enamoras de alguien, quieres compartir el espacio con ella.

¿No se quiere quedar a dormir? ¿Parece que te huye a pesar de que se la pasan muy bien juntos?

Tal vez no sea su culpa… No quiere decir que cambies tu forma de ser, pero hay que aprender a vivir las consecuencias de nuestras excentricidades.

En cuanto a mi cuate, consiguió otro trabajo en otro lado y ya no lo he visto. La chica comenzó a salir con otra persona de por acá, así que supongo que la cosa no prosperó.

Tiempo después supe que él se había casado. Tal vez la mujer era igual que él.

Espero que sí. Así podrán llegar a la vejez cronometrados y midiendo la distancia entre sus ganchos de ropa.

¡Que viva la diversidad!

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *